A veces el pragmatismo ofrece alternativas extrañas, en las que se mezclan los achaques de una valetudinaria edad y el ansia, por el avance desaforado de esta, del que la sufre, de sacarle partido al más nimio bostezo del tiempo. Y es lo que uno hace tratando de darle sentido a la cotidiana bofetada del insomnio; a ese particular desperezo del despertador sin manillas ni voz, que irremediablemente te avisa sin que tú lo hayas elegido que son las cuatro, las cinco de una madrugada silenciosa, pacífica, pero interminable, y que ya es hora de espabilar.
El lecho no ese entonces una maternal y acogedora matriz. sino una suerte de celda de la que al menor descuido del carcelero, que es la próvida mente, lo mejor es huir a todo correr; no muy lejos, ni tampoco con otras pretensiones que no sean las de hacer algo formal para compensar la nada en la que estando despierto te había invadido la cama, dandole vueltas y más vueltas a lo que, pocas, sensatamente tienen. Leer o emborronar papeles entonces, con el mismo silencio de antes, pero ya siendo tu fiel acompañante y no un rival. Es ya otro escenario más benigno, como palpar algo que no existe, pero que pudiera existir, como esa deslucida pero creciente luz de amanecida que comienza a entrar, para no irse.
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