Con tantas fiestas y, por ende, seguidas, que sin duda sirven para olvidarnos del trasiego de las laborales, se nos fue el santo al cielo, sin pensar tanto que ya era mayo, y que mayo es más primavera que abril, y que apiñadas con su color celeste cielo las lilas y la flor de las acacias son un canto a la vida natural que en estas fechas se agolpa en jardines, parques y campos; como que ayer fue el día de las madres y estas sí que necesitan no un día, ni unas horas, sino una constante loa y permanentes regalos de amor, ya que no hay condición más digna de elogio, y de pregonar debemos a los cuatro vientos sus virtudes y sacrificios, que sobre su prole, pequeña o grande, derraman con soles y nublados, con tempestades y tiempos mezquinos, a todas horas, en una tarea que dura mientras viven. Nuestro agradecido recuerdos para ellas, para las que se fueron y para las que viven y, también, cómo no, para las que con tantas guerras y exilios claman por redentores y no charlatanes de feria.
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