No hay amanecer que no nos despierte una noticia terrible, desesperanzadora, que nos deja un acre amargor en la boca y en el espíritu. La mayoría lejanas, aunque ya todo está cerca, que, por propia e inconsciente autodefensa de nuestra naturaleza, te afecta menos que cuando son procedentes de la propia ciudad.
Hoy nos ha roto el ánimo una de esas tremendas, inexplicables, dos suicidas, sin conexión alguna, el mismo día y casi al mismo tiempo, han destrozado su cuerpo y dicho inexorable adiós a su existencia en diferentes lugares de la cornisa, arrojándose al vacío del Tajo; uno un crío de dieciséis años, el otro, una mujer de mediana edad. Los motivos que pudieran tener, tan poderosos, para llevar a cabo tan definitiva, tan cruel despedida, solo ellos, nos parece, podrían decirlo.
Cuando tantos y tantos seres andamos buscando la forma de agarrarnos con uñas y dientes a la vida, para vivir más, sorprenden estas acciones de los que, aun en el inicio de sus vidas, creen que el mundo, la existencia, no era lo que ellos esperaban y decidieron no esperar más.