Asoma su ceño más malévolo el otoño, que es ahora mismo nada más que enfurecido y desatado invierno, con todo lo que a la vista queda emprendiendo un vuelo de desorientada e inexperta ave a la que han dejado sin su guía, porque un ventarrón, que es levante y poniente, aliados andan para que nula protección contra una lluvia que también se mece en el regazo de esos vientos, aporten paraguas, chubasqueros, gabanes y hasta gorras, que se dirían portan alas.
Se esfumaron con prontitud en otras clases de fugitivos soplos, esos días de soles imprevistos y de brisas casi sofocantes, que eran como un oasis venciendo a la aridez y dureza con que nos venía sometiendo la estación; un ir de aquí para allá la naturaleza y nosotros, que a duras penas nos adaptamos a su enloquecido vaivén; que nos confunde y nos desanima. El tiempo, qué duda cabe, obediente acólito es, y como los sueños, va y viene, animando o desalentando, dejándonos siempre un regusto de insatisfacción, de no sabemos qué búsqueda, de qué ignotas y verdes praderas que nunca llegan.
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