miércoles, 5 de diciembre de 2018


EN MEMORIA DE JOSÉ MANUEL MONTES

            En este día húmedo, sin soles y apenas luces, ha muerto José Manuel Montes, amigo de todos, y algo se nos quiebra a nosotros, que también de él lo fuimos, pensando que su eterna sonrisa, que su pausado andar y sus muchos saberes, ya nunca, en fortuitos encuentros callejeros, tendrán lugar.
            Amaba a rabiar, José Manuel,  a los libros y a Ronda, y por esta última en mil batallas estuvo en lid, de cuyas victorias nunca quiso presumir, pues eso no era lo suyo. En cuanto a los libros, media vida se pasó persiguiendo historias que hablaran de estas tierras, acumulando obras que de algún modo las tratara, hasta trocar su hogar, el antiguo y el reciente, más en refugio de ellos que de personas.
            Si de algo interiormente se sentía orgulloso, era, haciendo honor a su apellido, ligado a sierras y picachos, de emprender grandes caminatas que le conducían si no por montes, si por verdes collados y sinuosos vericuetos serranos. Y cuando de estas tierras no hubo trayecto o trocha que no conociera, cubiertas todas, las de otros horizontes a veces acompañado, a veces solo, emprendió.
            Con salud debilitada, hace unos meses quiso pasar los postreros meses de una existencia que preveía se acababa, en repentina mudanza, a una vivienda de cara a la Alameda, para mejor contemplar las fogosas auroras y los premiosos amaneceres, de los que hablaba con tanto entusiasmo como si les perteneciera, como un artesano pregona sus creaciones. Pero, igualmente, nos comentaba el desafuero que se estaba cometiendo con lugar tan esplendoroso e insólito, al que durante el día, ni un minuto, se dejaba parar con celebraciones que nada más que ruidos y estropicios por doquier dejaban a su paso, y últimamente, con la realización de una entrada con horrible barriga de cemento de surcos, que a bien a las claras hablaba de la insensatez de los que encargados de su cuidado, en otras cosas piensan.
            Como provisto de un salvaconducto de bondades y bien hacer te marchas, no nos cabe duda de que, si para llegar ahora a inmarcesibles prados y nemorosos bosques, has de cruzar estigias lagunas y encarar la faz de feroces cancerberos, sin el menor peligro las navegará y salvarás. Es lo que, dilecto amigo, te deseamos.

            En Revista Puente Nuevo, presentada ayer

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