Cede en sus ardores el mes, tras esos desmedidos achuchones que a todos nos dejan el ánimo bajo mínimos, porque los extremos, es sabido, no llevan a nada de loar y sí a excesos de imparables daños. En bajamar se halla la atmósfera, y, cómo no, y no es nada nuevo que a peor van estas tierras serranas, tan malditas y abandonadas, como estos días vienen a poner en evidencia la muy propagada noticia, de extraordinaria transcendencia para unas ciudades vecinas, como son las de Bobadilla y Antequera, no más distante de la nuestra que medio centenar de kilómetros, con la muy posible instalación de un supersónico transporte, que va a dejar en mantillas a cualquier otro, multiplicando su velocidad.
Que toda esa riqueza y modernidad tecnológica aflore con la vecindad dicha, por no hablar de otros logros anteriores, conseguidos allí nombrando a sus sus tesoros patrimonio de la Humanidad; y que en misérrimo contraste ni siquiera, nosotros, pobres desterrados, podamos aspirar a una modesta autovía, o a una industria de relieve, nada más viene a proclamar la incapacidad manifiesta de unos gobernantes, los de aquí y los de allá, de todos signos y banderas, pues todos han pasado unos años u otros por nuestro consistorio. Si pensamos que basta con tener nuestras calles llenas de un turismo de pobre alcance, que deja a su paso más basuras detrás que dinero, equivocado estamos, y enjugando nuestras lágrimas, llorando nuestras penas y envidiando a los que en otros lugares actuaron de otra manera, esperando sentados que el maná nos llegue del cielo, seguiremos ad eternum, o lo que es decir, por los siglos de los siglos.
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