Como todo es premura y galope en estos tiempos, también en la trastornada naturaleza, a la que ni un respiro damos, mucho antes que otras veces, han surgido los pequeños puestos de chumbos. Y salvo esa mudanza en comerle semanas y hasta meses al calendario en su llegada, su venta, situación y modos es algo que muy poco o nada ha cambiado con los años. La verdad es que ni siquiera puede llamársele puestos a sus puntos de venta, y que ni siquiera necesitan sus vendedores una mesa para exponerlos, que bien sirven suelos desnudos de calles y sitios transitados, para que, desprovistos de espinas por la acción del cuchillo o de la tradicional navaja, muestren su distintos grados de madurez, en pinceladas de deslucido amarillo o verde intenso.
Es un negocio que escaso beneficio debe dejar, pero de algo se ha de comer, cuando se come, pues de eso se trata para sus vendedores, si es que evitar pueden impuestos municipales que darían al traste con su misérrima ganancia, y con una historia de caminatas por veredas y altozanos para obtenerlos que para qué contar; entre otras cosas porque las chumberas en peligros de extinción andan, a causa de una llamada cochinilla con malas pulgas, que no quiere desentonar con unos tiempos a los que se les podía dar idéntico apelativo de cochinos.
Con harta pena, como con muchas otras cosas, vemos la desaparición de esa capa de severa originalidad, de airoso manto, con que chumbos y chumberas amenizaban nuestros campos, honduras y despeñaderos. Amarga leer o de ver en esa pantalla en que tantas bobadas se dan cita, no recuerdo bien, que el remediar la plaga es cosa de los pueblos y de sus ayuntamientos y no de otros poderes superiores andaluces. La eterna e iterada parrafada política que a todas horas suena: "eso no es cosa mía, que es tuya".
No hay comentarios:
Publicar un comentario