El hecho de que su pureza se arrope con un silencio sin fisuras, es lo que convierte a la nieve en toda una sorpresa, sobre todo si, cuando se desploma sobre nuestras viviendas y calles, es de noche. Una sorpresa mayúscula, pues, nada más abrir esta espectacular mañana ventanas y balcones. Y sorpresa porque aunque de suyo montaraces y elevadas estas tierras, hacía años que no la contemplábamos, porque los inviernos han dejado de ser lo que eran, al igual que, para mal, los estíos. Y fuera de esa belleza y blancura que se expande por doquier y que llena de fronteras a un invisible horizonte, es insólita la mañana, porque el silencio es avasallador y lo es más la soledad, sin vehículos en las calles, a estas horas otros días abarrotadas de ellos y nadie por sus aceras. Aunque mucho se podría hablar de su veracidad, casi nos agarraríamos obviando otras cuestiones tanto a lo que pregona esa antiguo refrán: "año de nieve, año de bienes", y a lo que de ello pudiera aportar los que arrastre esta imprevista nevada como a la magna contemplación del escenario, eso si no nos hiriera el pensamiento de los que, a millares, este glacial ambiente ahonda sus males, sus fríos, sus hambres y sus necesidades.
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