Para ser el benjamín de la familia, cabalga terne y firme febrero, sabiendo lo que quiere, dejando a su paso, para quien lo ponga en duda, campos helados, auras glaciales y agua de la que cala, que no es poco pedirle a un invierno que se había hecho el remolón y como si no fueran con él las fechas en las que nos encontrábamos. Y tampoco podemos considerarlo sortilegio, que haya sido este mes con fama de casquivano el que pusiera las cosas en su sitio, que para eso en sus vastas y hondas alforjas, cabe de todo; y que ahora tuerza el morro no quiere decir que a poco tardar muestre una faz más amable, sin que nadie se llame a engaño, que para eso es febrero.
Por lo pronto, con un rubor que es blancura instalada en pertrechado ejército de miles de níveas mariposas venidas de quién sabe dónde, ahí está este almendro, que, desde su encumbrado asiento avizora venideras cosechas, mieses y pan, y es augurio de que nada se detiene eternamente y que es ley que hasta los peores tiempos muden en algo nuevo.
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