sábado, 11 de junio de 2011

MÉDICOS AIRADOS

          Se aproxima el fin de semana y eso se nota en los pasillos del Centro de Salud, lleno de personas que, pensando en los días festivos,  no quieren salir sin sus recetas y sus pastillas, las que, sicológica o realmente, aliviaran  achaques y enfermedades del espíritu y del cuerpo. Las consultas están muy cercanas unas de otras y los que esperan, -en realidad todos-, con la mirada fija en la puerta del despacho de su médico,  calculan la salida del paciente que está dentro, e igualmente vigilan para  que ningún aprovechado se cuele antes que ellos, sin corresponderle, algo impensable porque siempre alguno se busca sus mañas para hacerlo. Por eso, el escueto tema obligado de las conversaciones, casi siempre gira, aparte del de los comprimidos que cada uno ingiere para su dolencia, de nombres impronunciables,  medidos gramos, y variados tamaños, es : "¿Por qué hora va? ¿O cuál es su hora?", refiriéndose no a la que marca el reloj, sino a la que uno, en sustitución de los antiguos y prácticos números de orden, tiene impresa en un rectangular papelito.
          Cuando nos toca, nos apresuramos a entrar, no sea que  alguien se  adelante o que el doctor salga sin dar muchas explicaciones. No ocurre esto último y lo que nos encontramos es a una joven médica, hablando por teléfono,  con la indignación asomándole al rostro, pero contenida, no vaya a ser que encima de todo con lo que sus superiores la exprimen hoy, reciba algún castigo. Desde luego, por lo que oímos sin pretenderlo, le asiste toda la razón, ya que la consulta no es la suya, pero ha de  sustituir a la titular y, además, ¡Dios la asista a la pobre! a  la de otro facultativo, la misma mañana, atender a los pacientes, no sólo a los que esperan con sus citas en reglas, sino, también a los que llegan sin números, y, más tarde, si sigue con vida, a las urgencias de la calle. Nosotros, cuando acaba con el teléfono, por nuestra parte, muy en voz baja, intentando pasar desapercibido, procuramos pedir lo mínimo, no vaya a ser que, sin comerlo ni beberlo, la justificada ira médica descargue, con toda su contenida furia, sobre nosotros.

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