TAN CERCA Y TAN LEJOS ESTAMOS
Más lejos de lo que la simple distancia de medio centenar
de kilómetros indica, de academias y honores, de pinas catedrales, de Mediterráneos infinitos, de foros con
celebridades literarias que nunca ceden, de surtidos archivos y pobladas
librerías, con una complacencia que
jamás buscamos, pero que sin llamarla acude con harta frecuencia, ahora que el
tiempo más que inferir heridas, con insolente presteza nos mata, no deja de
acosarnos la idea, la pregunta tenaz, de si estos libros que escribimos, en
suelo tan apartado como es este montaraz en el que nacimos y habitamos, con arracimados
pueblos de juguete a un tiro de piedra, que fueron laboriosos y cercanos, pero que
aburridos de que no les llegue nada, de tocar el trasero del mundo, a enormes
estampidas se despueblan; si estos libros, decimos, que nacieron en tierras de
exilios y exiguos panes, que no aspiran a galardones, sino a ser leídos, de
torcidos renglones que nadie va a
enderezar, tendrán algún objeto, servirán de solaz, de enseñanza a
alguien, algún rato, alguna vez, tendrán algún ignorado lector, un nimio
acomodo en los estantes de una biblioteca, por exigua que sea.
Con estas premisas, intimidados, con un sentimiento de
estar donde no debíamos, en vez de al amor del calorcillo del brasero y sus
faldillas, por las que no pasan los siglos, y no expuestos a unas brisas que, por
altaneras, mordedoras y severas, aturdían al más bizarro, en noche cerrada, que
ahora, sin remedio, ya lo es a las siete, al Casino local acudimos, con más obligaciones
que las que ya uno, sus años, pueden asumir, aunque tampoco las asumiera con
una pila menos de ellos, esto es: para contar las virtudes de sendos libros,
que lo más probable es que no tuvieran ninguna; de no desesperar a unos
asistentes que, en gran mayoría, presumiblemente, acudían más por compromiso
que por afición al acto de presentación de esas obras nuestras; de medianamente
entretenerlos y no hastiarlos, dejándonos la vida para superar balbuceos y
apocamientos asentados desde muy niño en nuestra naturaleza,; que no menos nos
cumplía urdir para sacarlos de su inicial letargo y en otros predios de mediana
atención situarlos. Al cabo lo llevamos,
pero con tanto miedo como vergüenza, esta última como inexorable y flameante
bandera, acompañados, pero solos, en un
océano que no era un dulce y apacible Mediterráneo, sino un mar de nervios y
temores desatados.
El casino, al que no sabemos si con razón, le apodaron en
su alumbramiento de circulo de artistas, de luminoso patio andaluz, de hermosa
y vasta fachada, un dilatado bostezo con
que luchar contra otras angosturas de su urbanismo, se viene abajo, falto de socios, de caudales
y de mecenas que remedien sus achaques. Malhadado sino para un festejado lugar
que, bien con la llamada nobleza de sangre, que la otra era otrora villanía,
con la burguesía luego, y más tarde con el sufrido pueblo, el de la carga a cuestas con las bajezas de
unos y de otros, bien se las compuso para estar en su sitio, que no era más que
el de .procurar entretenimiento y a ratos ofrecer cultura, en la medida de lo
que la población demandaba.
En rigor, aquí casi todo se nos viene abajo, no las
carreteras porque nunca las hubo, ni tampoco las grandes industrias. Lo que no
está abocado a morder el polvo, es porque ya tanto es, que como escombro en la
tierra yace. Lo que nos queda de más ver, el puente, que rocoso, majestuoso,
indestructible, le pareció a sus creadores un lejano día, ahí anda el pobre, tambaleante, sobrellevando
un mundo de detritus en sus sillares, y
pesos descomunales que lo hunden; las laderas de su colosal abismo, no en
fanales, sino a pasitos cortos, para no llamar la atención, dejándose está en
cada mordisco que le asestan la piel de su inefable encanto, los que ya ha encajado y los que, de cierto,
le esperan. No menores han sido que los que infirieron antaño y aun hogaño a la
universal Alameda. Orgullosos de los
otros puentes, los más viejos, aún ahí relucen, pero no libres de amenazas
urbanísticas. También, a ver quien puede más, en el mismo corazón de la ciudad,
puentes de otra estirpe, pasos a nivel, más de uno y más de dos, que no dan
paso, como aquellos sino que los cercenan…
Después de estos lloriqueos, de inanes lágrimas que a nadie
van a conmover, nos olvidábamos de lo esencial de este escrito, de los libros
que presentamos en una noche de serrana frialdad, y, más que nada, del de mayor
contenido por los que ornaban sus páginas: el referente a los hispanos ilustres
que hollaron y honraron estas tierras con su inefable presencia: Cervantes,
Lope, Caro, Alcázar, Simón de Rojas, Galdós, Bello, Fernán Caballero, Baroja, Lorca,
y hasta un centenar más. Ojalá que la dulce melodía de sus voces preclaras infundan algo de vida y abrigo al libro, del
que nosotros solo somos torpes pendolistas. Mucho de eso ya hicieron estando
allí, a nuestro lado, esforzados valedores, la Editorial de la Serranía, el
Centro Andaluz y le Instituto de Estudios Rondeños, para los que, como están
los tiempos de desganados y de mírame y no me toques, no nos queda más que
darles nuestras más sentidas gracias. De todo corazón lo hacemos.
SUR DE HOY