PETER HANDKE, UN
NOBEL POR TIERRAS MALAGUEÑAS
Reciente
la concesión del Nobel de Literatura a Handke, cabría una somera mirada a su paso en 1989 por nuestras tierras. Muy
breve fue, en realidad, el que llevó a cabo por España. Entra un 20 de febrero
y se marcha el 6 de abril, tomando el avión que, desde Málaga, le conduciría a
Milán, dando término a ese viaje, en el que Andalucía, desde su llegada a
Linares el 5 de marzo, acaparará gran parte de ese periodo de tiempo.
Recorre el austriaco los caminos
hispanos con la intención de ir tomando notas para la redacción de sendos
libros, que nunca llegaría a escribir. Dada esta circunstancia, 15 años más
tarde, opta por la publicación de su antiguo peregrinaje, pues tal se podría
considerar el aire de monástica austeridad que caracteriza al libro: Ayer de Camino.
De esa premura y comedimiento con
que recorre las ciudades, atrae su atención nada más llegar a Málaga, un 31 de
marzo, la presencia en el puerto de lo que denomina “un bote submarino”,
“chorreando en negro”, color al que un día gris y de cambiantes luces, inunda
igualmente a los marineros, que en su marcial inmovilidad y ordenadas filas, les
encuentra algo de barras paralelas, todos ellos gozosos por haber subido un
peldaño y recobrado el mundo de arriba, el superior.
El desplazamiento de Málaga a Ronda,
en autobús, le proporciona al austriaco otras inesperadas “iluminaciones”; una
de ellas, la contumaz y precavida contemplación de la marcha del vehículo,
salvando las inúmeras curvas del recorrido, prisionero, a diestro y siniestro
de abismos insondables, e, igualmente, de pobladas laderas a punto de derrumbarse;
pero más que nada, la poco habitual conducta de su chofer, que decide detenerse
en un tramo del trayecto, comido de mareos. Como el asiento delantero, junto al
conductor, lo ocupan dos hijos de este,
habría que indagar si, al sentirse mal, lo que pretendió, antes que la
suya y la de los pasajeros, fue salvar la vida de su prole. En cualquier caso,
piensa que la lentitud es un valioso acólito del tiempo, y a la que, de vez en
cuando, es necesario acudir.
Llegado a Ronda, no busca la huella
querida de Rilke dentro de la población, donde contempla la pedestre
apropiación de su nombre por una autoescuela, sino en las afueras, siempre
territorio favorito del poeta checo para sus paseos en los meses que residió
allí. Comprueba Handke, que no estuvo
equivocado Rainer Maria, y que para disfrutar de la naturaleza e integrarse en
ella, no hay mejor aliado que el silencio, sin perder de vista ni un momento al
paisaje. En este escenario, resulta música en sordina la de las aves, grandes y
nimias, que han tomado a los almendros, hasta arriba de blancura, por asalto
para sus líricos ensayos y piruetas.
Atrapado por la magia del momento y
del bucólico lugar, tumbado sobre la tibia tierra serrana, se siente el
austriaco como monarca augusto de un reino sin vasallos. El silencio es tan
grande, que el tenue volar de un grupo de gorriones, adquiere el aparato de “un
zumbido, un rugido o incluso de un retumbar”.
No desaprovecha Handke, los
atractivos que le ofrece la bajada al Tajo. Hasta los molinos llega. Y como le
gusta, sin nadie que le acompañe, emprende el descenso dejándose llevar del
impulso que añade a su marcha los pendientes y escuetos senderos. Del zumbido
de los moscardones está abarrotada la mañana, abrumando con su leve peso a las
ramas de árboles y arbustos, que se agitan cuando aquellos huyen en
desbandadas, como si fueran pájaros los que los abandonaran. Ante la escena, se
siente uno más y con ganas de gritar: “¡Soy tu hijo!”, pero, dice, “¿Quién me
escucharía?”. Ni rastro ya, a estas alturas del año, del invierno, evidente en
el caudal del Guadalevín, con poco agua y muy contaminada la que lleva. Y se
pregunta: “¿Lo vió Rilke todavía como río?”.
En busca de la perspectiva que se
contempla desde un pino solitario, de la que ha leído, o al que, sin
proponérselo, le ha conducido su vagabundeo de caminante, se fija en los saltos
que, delante de él, en el sendero, como señalándole los pasos a seguir, ejecuta
un cuco, con una energía inconcebible en tan diminuto cuerpo. Un hombre y su
burro, ambos con tardo andar, no lejos de donde está, le hacen recordar a su
país, a Austria, donde es frecuente ver parecida escena. Al amor del sol y la
sombra, tendido bajo el pino, aún tiene tiempo de echar una cabezada.
DIARIO SUR DE HOY