viernes, 7 de junio de 2019


HISTORIA DE UNA CALLE Y DE UNA PLACA SIN CASA


            Cuenta nuestra calle mayor, la más afamada y transitada por nativos y foráneos pies, con una curiosa y longeva historia, a la que ella se aferra con uñas y dientes para no morir. En más de una ocasión, nos ocupamos en hablar de ello y a la que ahora nos gustaría volver, tanto por lo que puede aportar a esa legión de guías de distintas procedencia, que siguen inventando, unos oídos y otros no, a su capricho, bulos y más bulos sobre el nebuloso origen de nuestra entrañable calle: la de la Bola.
            No es que se hunda el mundo, pero molesta, a los que algo conocemos de esa historia, la reiteración con que se oye contar falsedades y cosas absurdas sobre su nombre, un nombre que algo especial deberá tener como para obviar y dejar sin sentido el oficial desde hace ya un siglo y medio. La más socorrida, aunque cada día corren más versiones, que proviene la dicha denominación de una voluminosa bola de nieve, amasada por los lugareños tras un gran temporal de los que con harta frecuencia nos visitaban en aquella época, a la que hicieron rodar recorriendo en toda su extensión la pina calle. 
            Nada más lejos de la realidad. La vida debía tener en aquellos tiempos, mediados del siglo XVIII, muy poco de juego, pero a juego se la tomaban los jóvenes, practicando con asiduidad uno, el de las bolas, en el que, muy probablemente también, dada su popularidad, de ocultas, se cruzaban apuestas; una manera, con cierta fortuna y habilidad, de ganarse unas monedas en días en los que no era fácil ganárselas; más que nada en un lugar de escasas posibilidades de hallar otra ocupación que no fuera de jornalero de sus campos, como era el barrio de San Francisco, en su plaza, donde venía a practicarse el juego.
            Otra práctica, en más poderosas manos, la de la nobleza con sus ejercicio militares, sus corceles y armas, vino a poner fin a ese escenario utilizado por los jugadores, que buscaron una nueva zona, si no más apropiada, sí más libre de otros ejercicios que no fueran los de sus miembros lanzando la bola, para la que también era necesario buena fortaleza pues era de hierro, concretamente la del tramo más céntrico y llano de la actual carrera de Espinel.
            Subyace otra historia sobre la dicha, bastante más actual, que, unida a la anterior, creo que merece ser referida aquí; más que nada por si fuera posible sacar algún provecho de ella, no es otra la pretensión que mueve a estas líneas. Con la idea de recuperar de una vez por todas, para guías y visitantes, el origen de la calle, y unir nuestro respeto a la insistencia popular de generaciones para que el antiguo nombre siguiera ahí, con la colaboración de la consejería de turismo de nuestro ayuntamiento, se fabricó, quiero recordar hace ya al menos, un año, una hermosa cerámica, obra de María Guillén,  que tiene sembrada de ellas los pueblos de nuestra Serranía, con un somero texto de su origen. La intención, claro está, era promover su instalación en cualquier fachada de la calle de la Bola. Pero no deja de sorprender, con la extensión de nuestra calle en sus tres primeros tramos, donde mejor quedaría, la de negativas recibidas para que en la fachada libre de cualquier comercio o en casa particular, luciera –que eso sería- la mencionada cerámica, con ningún gasto para sus propietarios, que correrían a cargo del ayuntamiento, y con la certeza, si se tratara de un comercio, de la segura parada de los guías y la posibilidad de que más de un turista entre a comprar. 
            No sé si ha  mediado en las adversas respuestas, la reconocida abulia y desidia rondeña, o, más bien,  un temor  a ulteriores perjuicios que por ningún lado vemos. Lo que si esperamos del nuevo gobierno municipal, y de su buen obrar, que tratándose de una proyecto bonito, y de nimio costo, tratara de finalizarlo. Si es así, por anticipado nuestro agradecimiento.

En RONDA SEMANAL HOY     


             

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