Como al fin y al cabo no somos más que briznas de polvo a las que empujan y zarandean un enjambre de malévolos y despiadados ventarrones, nada de particular tiene que lo que ahora, con un descaro de ardoroso estío, nos atizan los cielos venturosos, que peor sería no contemplarlos, sea un fuego de otras estaciones o, como todo se ha puesto de repente a migrar, con galas de otros hemisferios.
Nos parece, que, todo lo extemporáneo, hasta que lo damos por bueno, suele sorprender, y no había de ser menos este sol con saña de justiciero. Hechos ya a las tretas del tiempo, que si hoy nos aturde con flamas, mañana lo hará con hielos, hemos muy en secreto, sin dar cuenta a nadie, vitoreado con entusiasmo esa presurosa irrupción de africanos fuegos, y no porque nos enfervorice que lo haga, sino porque apagado hemos todos y cada uno de los aparatos y útiles que nos ayudaban en casa a sobrellevar los rigores del invierno. Parecerá una estupidez, pero en sí no cabemos de un regocijo que puede parecer infantil: y es que durante ya tres completos día hemos dado una soberana tunda a las eléctricas y a sus opulentos y dictatoriales miembros.
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