AGUA DE MARZO
Aunque el año es largo y son muchas las mudanzas que en su devenir nos esperan, no parece que vaya a ser uno de perniciosas sequías. Tiene algo de pertinaz obcecación, la lluvia que desde hace unos días nos acompaña, cayendo con prodigalidad y voluntad de corajudo opositor, al que otra cosa no preocupa que estar horas y horas a lo suyo, independiente de lo que otros aquí o más allá hagan.
Y a lo suyo, a precipitarse y precipitarse como si alguien con descomunal fuelle las impeliera, se atienen todo el largo día, toda la interminable noche, esta lluvia, en cielos pardos que no dejan de ser amables y gratos de contemplar, mientras sus nubes se vacían, porque no es agua hosca, ni lastimera, mas de sosegado caminar y fluir de hontanares que a su remanso, como a su aprisco, se dirigen. En la tierra, pulsan notas en teclas de redondos charcos, expandiendo una melodía que, si se le presta oídos, no es cansina ni ambiciosa, y sí de apocado sueño que a una paz infinita clama.
No es, extrañamente, una placidez que traspase, que a los dominios del alma llegue. (¡Qué difícil de contentar nuestra espíritu es!). Más bien, levanta miríadas de añoranzas, de no se sabe qué paraísos por venir o que a nuestro alcance se acercaron y presurosos se desvanecieron; de tierras que no llegamos a recorrer; de años y soles perdidos en horizontes que, aunque ansiados, nunca a nuestro alcance estuvieron; un remolino de ideas agolpándose en su vórtice son las que este agua, sutil, menuda, acariciadora, nos provoca, a la vez que no deja de caee y caer, remolona.
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