SABOR HISPANO EN CUENTOS INGLESES
Que la plácida actividad de la lectura no tenga fronteras vedadas, que pueda desarrollarse en no importa qué lugares u horas, es uno más de sus numerosos atractivos. Dicho de otra manera: adonde voy yo va mi ejemplar, mi libro, el deseo de leer, de dar cumplida cuenta de una tentación que solo depende de un acto de mi voluntad.
Poco, nunca se puso en práctica en España esta actividad, y refiriéndonos a otros tiempos los que lo hacíamos preferíamos para no llamar la atención y que no se nos tachara de raros, llevarla a cabo en el íntimo ámbito del hogar. Por eso, veíamos con algo de admiración y no menos envidia, la desenfadada –llamémoslo así- actitud de abundantes visitantes extranjeros, que se permitían en playas, cafés, parques, trenes o autobuses, aislarse del mundo circundante con un libro, sacado del bolso si se trataba de una fémina o del bolsillo de su chaqueta si un varón.
Un escenario con idénticos protagonistas, libro e individuo, y el aire libre acunándolos, pero con insospechada frecuencia, podía contemplarse si los que visitábamos ciudades, por ejemplo, como París y, más, Londres, éramos los hispanos. Perdido ese estulto pudor lector hoy en día, el que nos hacía dudar si hacíamos lo correctos mostrando nuestras inclinaciones lectoras en público, no demasiado ha cambiado esa brecha entre determinados países y el nuestro por lo que el hábito de leer se refiere, dentro o fuera del hogar, sino que, diríamos, es más profunda que lo fue nunca.
Si de algo podemos sentirnos satisfechos mi mujer y yo, de lo realizado con nuestros medios, en una función educativa doméstica que no necesita otros que no sean los de que nos vieran diariamente leyendo, y libros como objetos familiares esparcidos por doquier en la casa, es la de haberles transmitido esa pasión por ellos a nuestros hijos, y estos, a los suyos. Claro que, en el caso de mi hija, desde hace una veintena de años en Londres, casada con un irlandés, no es nimio el fervor con que los docentes locales fomentan ese amor por los libros interesando a sus alumnos. Sugerentes bibliotecas en salas aparte, en cada clase, llenas de colorido, continente y contenido, son aras en las que se rinden culto a los libros, que están a disposición de los alumnos tanto para hacer uso de ellos en una atmósfera propicia o para llevárselos a casa. Fruto de esa labor, sorprende, y no creo que su caso sea una excepción, que nuestra inglesa nieta, de solo siete años, devore, entre otros, en pocos días volúmenes y volúmenes de las aventuras de Harry Potter, con pasmosa prontitud.
Su hermano mayor, de diez años, en una elección en la que nadie más que él ha intervenido, se ha traído de la biblioteca escolar, para leerlo durante sus vacaciones en España, un libro titulado: Toro, toro, cuyo autor es Michael Morpurgo, que goza de una merecida fama por sus libros para niños y adolescentes. Una carrera literaria que iniciaría cuando siendo maestro de primaria y acudir a los cuentos infantiles para leerles historias, pensó que él, de su propia cosecha, podía contarlas mejores.
Amasa la levadura de sus cuentos infantiles Morpurgo, partiendo de escenarios reales y del manejo de unos hechos históricos que igualmente lo son. Estos elementos narrativos, sirven de sostén a una ficción que no es tan fantástica como parece, que aunque no ha sucedido bien pudiera haberlo hecho. Una visita del autor a tierras tan legendarios, encantadas y desconocidas como las malagueñas de La Sauceda de Cortes, no lejos de las cuales pastan los toros de una ganadería, en los albores del siglo XXI, le brindó ideas para tejer la historia que recorre el libro, la que un abuelo, conocido como Antoñito, le cuenta a su nieto, del mismo nombre, ocurrida en su niñez, con dos protagonistas mayores, Paco, un toro al que vio nacer y que aún adulto, como un fiel perrito, le sigue a todas partes. Para librarlo de una muerte en los ruedos, emprenderá acciones temerarias, la última abrirle las puertas del redil, para que huya a los cercanos bosques.
El otro protagonismo es el de nuestra Guerra Civil, y el de un grupo de guerrilleros entre los que se encuentra como cabecilla, Juan, un tío de Antoñito; y la infamia de una destrucción real de personas y viviendas de la que todavía habla hoy en día los muros en pie y algún ventanal de lo que fue la ermita del pueblo. Para recordar, que no fue fábula sino vileza el que fuera este lugar edénico de La Sauceda el que sirviera como inicial banco de pruebas, arrasado por las bombas nazis de la llamada Legión Cóndor, Legión de muerte, unos meses antes que en Guernica, ejecutando unos bombardeos que resonarían durante largos años por todo el Continente, tanto como se prolongaría la Segunda Guerra Mundial.
DIARIO SUR SÁBADO 21
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