CONTAR ESTRELLAS Y CUADRARLAS ES DE DIOSES
En nuestras febles luces, briznas que perplejas otean el vasto universo, imaginarnos podemos que, en el perenne asueto que les deja el gobierno de sus eternidades, los dioses matan su tiempo jugando a contar los millones de estrellas que los rodean; su número exacto, ni una más ni una menos, un recuento del que ni una de ellas escapa.
Aunque torpemente y cada uno con sus fuerzas, un cierto remedo nos cabe a los humanos. En el empeño, de desear sería que esotéricas fórmulas ayudarte pudieran en esa ingente locura de contar astros, de acotarlos. Como utópico eso es, Zaide, para calmar tu sed de aprehender magnitudes que humana medida no tienen, te propongo esta voluntariosa simulación:
En la augusta calma en la que moran las densas sombras, mejor si el silencio impera, elige mirando a las alturas una parcela de cielo. A diestra o a siniestra, es lo de menos, ni muy amplia ni muy henchida de astros, para que sobre ella un mínimo dominio visual ejerzas. Te recomiendo, no te extralimites en eso de la elección de la etérea superficie, por lo que te he dicho y porque por nimia que sea relucirán, cegadoras, deslumbrándote, como áureos doblones medievales, miríadas de estrellas.
Fija, luego tus ojos, con gran esmero, en quince, veinte, o treinta, como mucho, de ellas. No es una lista que se diga cerrada, ya que alguna puede colarse o fugitiva huir; pero en las que se mantengan inamovibles tendrás que aplicarte para intentar lo que te sugiero hagas después:
Lo más peliagudo, como en todo, es el comienzo, ya que has de conseguir colocar la imagen de los que amas, una a una, con harto celo y ambición, no hay que decirlo, en cada astro, sin descartar, desde luego, a los fallecidos. Será cuestión de meses, puede que de años, pues ardua y parsimoniosa es la tarea, dependiendo también del fervor y del período de tiempo que cada noche le dediques; pero a la larga, con esa infinita paz que desprenden las tinieblas, cuando llegue el momento, éxtasis que no es para contar, será una gloria casi cercana a la de los dioses, ver aparecer en tu estrellada parcela, en la faz de dos, tres docenas de ellas, la de tus padres, la de tus hermanos, la de la madre de tus hijos, la de los hijos de estos, componiendo un friso que no es para contar, un santuario de santuarios a tu solo alcance, que es y no es de este mundo,; sí, tal vez, de ese otro que, queremos creer, más temprano o tarde nos espera.
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