NO HAY CARRETERAS CORTADAS Y OJALÁ LAS HUBIERA.
Con tanto blanco al alcance de la mirada, el de las nubes, el de los muros de las viviendas, el del horizonte, una sabana impoluta y sin rotos, incluso el que se instala en nuestra mente, dejándola in albis, sin otra cosa en que pensar sino en su impotencia para urdir pensamientos, lo que sorprende es que el supremo blancor, ese que únicamente es capaz de proporcionar, la nieve y su delicado y espumoso color, no haya hecho su aparición en estos montaraces lares, otrora corazón de profundas nevadas, porque en lo que se refiere a lo glacial de la atmósfera, esa bien que se ha adueñado de la ciudad. Con todo los elementos propicios para hacer su aparición, esto es, pureza del clima, enhiestas, numerosas y encumbradas montañas, y ese desplome de los termómetros, en los que apenas se distingue el temblor de los grados, sorprende que esa capa bienhechora de armiño, nos haya traicionado buscando el amor de otras ciudades. Ahora bien, como carreteras puede decirse que por estas tierras no existen, al menos nos llevamos la palma en proclamar con todo orgullo, que carreteras cortadas no tenemos, y es un alivio, perdiendo, ganar en algo.