viernes, 26 de abril de 2019

ANTONIO ROMÁN, EL SERRANO QUE DERROCÓ A TRUJILLO

            Nada más contundente y severo, para trastocar el sesgo de nuestras bamboleantes vidas, que la irrupción de una guerra en ellas. Ni nada, con más virulencia que una conflagración de las características de la civil española, para sacar a relucir en los que intervienen, cobardías, heroicidades, u otras osadías o miedos que yacían latentes, y que, posiblemente, no hubieran llegado a aflorar sin el vendaval provocado por la contienda. 
            Como paradigma, entre muchos otros, bien podría servir el de Antonio Román Durán, natural de Montejaque, donde vio la luz primera en 1905. Médico militar desde 1925 y profesor de siquiatría en la Academia de Sanidad Militar, consta su afiliación al partido socialista en 1929. Pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios de la República, el estallido de nuestra contienda le sorprendió en Alemania. En ella participaría activamente, ya ostentando el cargo en Guadarrama de Jefe de Sanidad del Ejército del Sur, como tomando las armas, siendo heridos en sendas ocasiones.
            Exiliado en Toulouse en 1939, casaría allí con otra refugiada, Rosario Domínguez, licenciada en Letras. Fue también lugar del nacimiento de la única hija del matrimonio, Rosario Román Domínguez.  En 1941, desde Las Martinicas, embarcan los tres para Santo Domingo, lugar en el que permanecerá hasta 1946, con sucesos dignos de figurar en cualquier relato de aventuras al por mayor.
            A la isla, en diferentes oleadas habían llegado entre tres y seis mil españoles, que no es que buscaran la tierra prometida sino que huyendo de la suya evitaban unas muertes, que aun acabada la fratricida guerra se contaban en España, de manos de otro dictador, en una represalia sin sentido y de innombrable crueldad, en mayor número que el componía este específico exilio.  Trujillo, acogiéndolos, perpetraba un doble juego, con todas las cartas a su favor: hacer gala de un falaz talante democrático, a la vez que se aprovechaba de lo más granado de los exiliados para mejorar todas las instituciones locales, a las que se fueron incorporando intelectuales de reconocida fama e historia.
            Por su parte los nuevos moradores, a los que no engañaba Trujillo, aceptaron de momento la situación, la más aceptable para poder ganarse la vida, la suya y la de sus familias, incluso firmando un manifiesto en el que le agradecían su actitud. Algo que, drásticamente, empezaría a cambiar unos años más tarde cuando la tiranía del dictador se hizo insoportable para ellos y para la oposición dominicana.
            Antonio Román, ejercía de profesor de sicología en la Universidad, cuando un episodio inesperado le hizo entrar de lleno en la lucha contra el dictador. En 1946, Antonio Bonilla Artiles, vicerrector de la Universidad, dominicano, que públicamente osó manifestarse a favor de democratizar el régimen, era herido de gravedad al salir de una sala de cine, por los esbirros de Trujillo. Refugiado en la embajada de Méjico, no encontraría más ayuda médica que la que le prestó Román Durán. Las consecuencias de su actitud no tardaron en llegar, Trujillo, que acusó al montejaqueño de haber introducido el comunismo en la isla, fue expulsado inmediatamente del país.
            Asilado ahora en Guatemala y declarado ya enemigo mortal de Trujillo y de su dictadura, no cejaría Román Durán en su pretensión de derrocarlo. Como primera providencia, fue autor de un manifiesto revolucionario que se distribuyó entre el pueblo dominicano, espoleándolo a que se levantara contra Trujillo. No contento con ello, participaría, como uno más en dos expediciones armadas que, saliendo de Guatemala, llegaron a Santo Domingo para enfrentarse a las fuerzas de aquél. La medida de expulsión de sus cargos como profesores de la Universidad y a varios del país, se haría extensiva en 1947 a una veintena de españoles, con el caso más conocido de la muerte del jurista Jesús Galindez, al que mandó asesinar en su apartamento de Nueva York, donde residía tras dejar la isla.
            En el aspecto cultural, asimismo en Guatemala dejarían huella el malagueño, introduciendo la sicología y creando el Instituto de Sicología e Investigaciones Sicológicas de la facultad de Humanidades, que el mismo dirigía. Derrocado el gobierno democrático en 1954, y divorciado de su mujer, volvería, puede que en ese año o en algunos más tarde, a España, para establecerse en la costa malagueña donde dirigió un centro geriátrico.

DIARIO SUR DE HOY
               
             

miércoles, 3 de abril de 2019

                                                          
TU REINO

            En el fútil reino de los sueños, abrumado de estupores, de cavernas tenebrosas, de rendijas sin fondo y pasadizos que a ningún lado llevan, es, cualquiera de nosotros, Zaide, el perenne monarca, aferrado al mullido lecho de un inamovible trono. Tus súbditos, miríadas de legiones enardecidas que conspiran con infinito furor para esclavizarte, subyugarte o enaltecerte; tu inacabable predio, un esotérico escenario, con millones de acres de tierras luminosas o sombrías, con abismos, palacios, centauros, extinguidas especies y seres inauditos que te adulan o hieren, que surgen y se desvanecen porque no son nada tuyo; donde campan a su impredecible aire, las escenas más fastuosas, más fantasmagóricas, más impronunciables, las persecuciones más feroces, las actitudes menos deseables, las fogatas que menos arden, los insondables piélagos en los que te ves sin remedio perecer, para no hundirte jamás.  
            En una rueda carente de redondeces, voltean cientos de cangilones, a los que desesperados te aferras para no ser presa de un vacío en el que no existen salideros, ni pretiles, ni agarraderos. Y cayendo andas, angustiado, desnortado, mirando caer a otros, perdido, gimiendo o riendo sin saber por qué, en una noche en la que no hay estrellas, ni montañas con sederos que alguna parte conduzcan, o en la que si atisbas presuntos caminos, se esfuman cuando a su pie estás, son caudales con ningún lecho y torrenteras con ninguna agua, que buscan océanos que nunca están.
            Tu reino, el que gobiernas sin saberlo ni gobernarlo más que en huidizos instantes, en el que eres rey y siervo a la vez, lo pueblan, a su soberano antojo, villanos y taumaturgos, que lo mancillan o enaltecen, magnates de un suspiro, que en ese menudo tiempo de sopor, cuando tú, su dueño, convocas a todas las dichas, a todo el conocimiento, a todo el amor, a todas las melodías, a toda la tácita paz que, insólita, cabe en un segundo, para que te socorran, se esfuman de súbito antes de aparecer, porque es un tiempo inabordable, inefable, inapresable, que, aunque ansías, nunca aprehendes porque nunca está a tu alcance. 
            Es tu reino, pase lo que pase en él, y pese a quien pese, que nadie te disputa,  y en él, allí, en las desasosegadas horas en que el sueño te ampara o te desespera, en las que todo se esfuma o empequeñece, eres tú, su indiscutible señor: un dueño que, en rigor, nada o poco manda.

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