lunes, 30 de diciembre de 2013

LA ENTELEQUIA DE LA FELICIDAD Y ALGUNOS SUSTITUTOS.




     Para períodos tan dilatados como suele ser un año y en épocas tan inciertas y procelosas como son las presentes, convendría, Zaide, no pedir el oro y el moro, y menos, como aguachirle a mano, venturas en abundancia, pensando que son fáciles de domeñar entelequias que sólo existen en el imaginario popular, bien enraizadas, pero de todo punto inalcanzables, como pudiera ser, más que otras, la pretendida felicidad. Tras ella, acechándola, persiguiéndola, se nos va la vida, sin cerciorarnos nunca, de que si aquélla es utópica, lo que más se le puede asemejar, lo tienes a tiro de piedra, a tu vera: primero, el amor de los tuyos, el calor de los amigos, la fatiga del trabajo y el reposo cuando este cesa; la risa que ahoga el llanto, el hambre y la sed saciada; luego, la amenidad de los campos, un recreo para el espíritu; el soberbio escenario de la naturaleza renovándose sin pausa, y en su proceso permitiéndote gozar de predios y collados, de mares y océanos, de florestas y  prados,  de la variedad de las estaciones, soberbias cada una en su esencia, y cómo no el enigma y grandiosidad de los cielos, del que cuelgan y bajan estrellas, lunas y luminarias, preciosa envoltura para nuestro mundo y una promesa de otros, que, por qué no, podrían estar aguardándonos; sobre todo para que cuando el infortunio se cuele por cualquier rendija de tu vida, que esta sea con todo llevadera, sólo lluvia  vernal que no desbocado huracán..

jueves, 26 de diciembre de 2013

SE ABRIÓ LA TEMPORAL FOSA.



      Eso acontece en ocasiones con los desperezos de nuestra madre naturaleza, que se diría amodorrada en un plácido duermevela, y, de un tirón, sin decir oste ni moste, acude a un despertar pleno de malhumores y antiguos enfados, que precavida guarda  para espabilarlos en momentos concretos.
      Fue ayer, sin duda alguna, uno de ellos, ya que puso en escena, con su mejor artificio, tempestades y turbiones encadenados que no dejaban paso al menor respiro, de los que no se sabía qué más temer: si la fuerza avasalladora del agua o la de Eolo, soplando a insólita velocidad y energía.
            Hoy que la calma ha vuelto a su mansedumbre anterior, cuesta trabajo pensar en la turbulencia de ayer. Con tantas embarradas hojas esparcidas a diestro y siniestro, y las ramas de los árboles cogidas en plena desnudez, lo que sí parece definitivo, un año más, es la fosa que ya acaba de abrir  el calendario natural, apartando al otoño y dando la mano amiga que siempre se espera
al invierno. De eso, igualmente, puede dar testimonio el río, vocinglero ahora, como en sus mejores días, y tres buitres, que sin atreverse a descender a sus orillas, lo contemplaban con una inmovilidad de pintura, a la altura de los cielos.

domingo, 22 de diciembre de 2013

UN MANSO DICIEMBRE



     En esa frenética cabalgada que es la vida, con el notarial palimpsesto del tiempo borrando y reescribiendo estaciones, asoma de presente su huraña faz el invierno, con la fama de displicente que le da su negra historia de niño malo del año, al que todos, si le da por enfurecerse, o ya sin ataduras desbocarse, debemos temer y respetar para evitar males mayores. La paradoja, en realidad, surge   cuando se piensa en el curioso hecho de que cuando más feroz y más daños provoca no es desatado, embravecido, sino tal como ocurre ahora, cuando el invierno se niega a asumir su papel de hechicero de la tribu de la naturaleza, con prerrogativas para mudar
cielos y soles hasta entonces impolutos en sombríos y nefastos. Que no ocurra lo dicho, y que los cielos se muestren pródigos en claridades y calores, da un tono especial, inesperado, a este día festivo, sin gélidas brisas, ni aguas tormentosas, ni borrascas en el horizonte más inmediato, como cabría esperar. No menos sorpresivo es el sosiego, grande, con que calles y plazas desiertas de caminantes, muestran su conformidad a los caprichos de un tiempo insólito, hoy que ya es diciembre de largo, casi enero.    

jueves, 19 de diciembre de 2013

AGUARDANDO LA LLUVIA



     A la espera de una lluvia que no acude, la ciudad se enclaustra encapotándose, cerrando horizontes, mostrando ahora sólo orondas laderas, ensimismándose, aislándose, como si atávicamente ya no estuviera sumida en un perenne sueño de altozanos y cumbres. Pero ni ofrecimientos, por más sugestivos y acogedores que estos parezcan ser, ni invocaciones ni plegarias a los dioses que la manejan son actos decisivos para responder a una llamada que día a día se está tornando en angustiosa.
      No sé, Zaide, si para que el agua fluya, llenando otra vez cauces,  reventando hontanares y permitiéndonos contemplar nuestras figuras estilizadas reflejadas en los charcos, tendremos que recurrir, como antaño, a procesiones y a sacar imágenes a las calles; por muy inútiles que todos esos gestos de fe popular resulten a la larga para una naturaleza hierática, sorda a lo que no sean sus propias e irreversibles leyes, que ella acciona a su capricho y no al nuestro, tan limitado e impotente siempre. 

lunes, 16 de diciembre de 2013

SE PIERDEN BRILLOS Y RUMORES.



     Como todo, anda revuelto el tiempo, que no sabe cómo atemorizarnos más, si con furiosos levantes, auras casi vernales o imprevistas escarchas; pero ni alteraciones súbitas ni la agonía de un otoño, otras veces fecundante, llaman a la lluvia por la que están clamando unos campos asfixiados por esa impropia sequedad, que no es buena para su gleba ni para el equilibrio de la naturaleza, la de la tierra y la propia.
      Y quieras que no, ese alivio que supone el agua redentora para una sed que no se remedia, se hace sentir en el ambiente tristón que se va desprendiendo obligadamente de brillos y fulgores, en espera de un renacer que no halla. Y lo nota más que nadie, el río, ya silencioso, un si es no es moribundo, que ha dejado de alzar su voz y de mezclar su familiar rumor al que produce la ciudad, con menos viajeros y más necesitada de voces amigas.

domingo, 15 de diciembre de 2013

ENJOYADAS CASAS




     ¡Cuán enjoyada, altanera, suntuosa, enorme construyes, Zaide, tu casa! Con áureos materiales y engastada de preciosas piedras quisieras, envidiada, verla. Casi flotando entre las nubes, a leguas de distancia. Sus muros, torres y encumbrada altura avasallando a las demás de la ciudad.


 Se diría que serías el más feliz de la tierra dotando a tu morada de la condición y soberbia de quien sueña con habitarla. Si eso es así, te advierto que poco orgullo cabe en ello, porque esa misma distinción que establece tu morada con las vecinas, esa inaccesibilidad y distanciamiento, es la que te irá alejando a tí, con idéntica regularidad y certeza, un poco más cada hora, de tus congéneres, de tus conocidos y aun, a poco tardar, de tus deudos. 

viernes, 13 de diciembre de 2013

CINCO DE LA MADRUGADA



     Es un sentimiento el amor, con raíces tan extensas y profundas que pocas veces se detiene en lo puramente humano, con ser este, el que nos une a otros seres, el más entrañable. Pero también amamos a otras cosas que escapan de esa esfera, a cosas animadas e inanimadas con las que establecemos con frecuencia, de forma ignorada, unas relaciones de atracción, a las que con toda propiedad también podríamos llamar de  amor. Muchas son las cosas que nos enamoran en nuestro caminar por el mundo, que nos embrujan y apasionan porque tal vez están ahí para eso, para darnos un poco de ilusión, de cobijo.
    Una relación muy especial es la que establecemos con el tiempo. ¿quién no ama determinadas atmósferas, ciertos días en que se diría que sus luces, sombras o soles, son afines a tu ánimo, como nacidos expresamente para que roces nuevos universos, otros linderos? ¿o esas horas del atardecer o del amanecer, cuando todo parece acabar o renacer? 
     A veces, Zaide, es el tiempo el que nos señala, el que nos elige. A nosotros, al menos, sin causa que lo justifique, nos muestra su inmenso reloj sin manecillas, ni números, para decirnos cada fría madrugada que son las cinco. Ignoramos qué propósito es el suyo, si augurio, burla o anuncio de que algún día algo no acostumbrado sucederá en esa hora en que todos, menos nosotros, duermen.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

LA HUMANA ALMA




     Por mucho que encauces tus esfuerzos desde que naces en aprehender el secreto de lo que, sin salir siquiera de ese limitado universo que te rodea y acompaña, son más, Zaide, las cosas que desconocemos que las que conocemos.
     Y llevado al reino de lo humano, si el propio conocimiento es el de más compleja resolución, qué diríamos del ajeno ¿cómo explicar si no que siendo tu conducta igual para todos, unos te miren bien, otros con ceño, quien con envidia, muchos con rabia y los menos con equidad y buenos ojos?
     Insondables misterios del alma de cada cual, que, amigo Zaide, harías mal en intentar descifrar, ya que es aquélla un intrincado despeñadero en el que sólo cabe el extravío y nunca la senda de la exacta verdad.

martes, 10 de diciembre de 2013

ULULA EL VIENTO



     Ulula el viento, atronadoramente, alocadamente, como un orate sin freno, con fantasmales e inacabables uuuuu, de voces sin gargantas ni tino alguno, y como si quisiera dotar a sus bravuconadas de otras ocultas armas y acciones, se enfrenta sin desmayo a sus tradicionales enemigos, a muros y árboles, con inaudito vigor y una insistencia que resulta más que atronadora, cansinamente desorbitada; pero sí con ínfulas de destrozar nervios y de brincar en nuestras cabezas como si fuera allí donde toda esta inútil lid tuviera lugar y sentido, que no tiene ninguno, salvo para, sin ánimo de pretenderlo, dejar que esa máquina de pensar, incansable, obcecada, que nunca se agota, que es la mente humana, cese por unos furtivos instantes de aventurar ideas, de buscarle un por qué a cuanto vemos.
       Y después de todo, Zaide, hay que darles gracias a ese pertinaz ventarrón, de que introduzca un cese, un súbito e inesperado parón, en nuestra fábrica de ideas, por muy pasajero que sea, porque es algo que ni siquiera el sueño, con su próvida carga de mudanzas en nuestro estado, consigue.

        

domingo, 8 de diciembre de 2013

MURALLAS DE AYER




     Hubo un tiempo, ya casi enterrado en los pliegues y meandros del brumoso pasado, en que las ciudades podían considerarse afortunadas si gozaban de la alta protección de murallas. Y no era sólo por estar con estas a salvo de enemigos y advenedizos que vinieran a trastocar la paz de sus calles, sino por la intima conciencia que tenían sus habitantes de que si con gruesos muros, torres y almenas se ponían sobrio freno a gente invasora de la más diversa procedencia, era porque la ciudad tenía un aprecio, un nombre,  fuera de sus límites.

     Hoy, Zaide, que las defensas de murallas han perdido su valor como útil bastión, lo conservan, no obstante, pese a cualquier temporal mudanza, como preciso y visible apunte de nuestra particular historia, y más en la nuestra, como hermoso testimonio que aglutina edades sin destruirlas; que es lo mismo que hacen ahora los soles y luces que se precipitan sobre ellas en esta límpida mañana de un diciembre que no lo parece.

jueves, 5 de diciembre de 2013

UN PELDAÑO DE LA ESCALERA.




      Te exacerba, Zaide, a todas horas tu modesta vida, con la que no estás conforme, a la que acabas un día y otro maldiciendo, e invocando a los dioses para ser más, para que sean más dadivosos que hasta ahora fueron, porque poco te conforma lo que eres y quisieras, para acompañarte de una  felicidad duradera,  vorazmente almacenar, gozar de innúmeros bienes y riquezas, alardear de  todo lo que, sin ser necesario para vivir,  algunos poseen y tú no.

      Si la perfecta felicidad no fuera un mito, un fuego que apenas crece ya se extingue, te diría, y  cuento con que te lo vaya desvelando la sabiduría que sólo concede el tiempo, que felicidad es abrir los ojos a la mañana, siempre deslumbrante, y cerrarlos a la noche, y con su calma dormir en paz, porque a tu conciencia nada la altera; enamorarte, querer a quien te quiere, ver crecer a tus hijos y a los hijos de tus hijos; enardecerte con sus triunfos y llorar con sus fracasos, que parte tienes en unos y otros; que no te falte la comida por muy frugal que sea;  superar una enfermedad y resucitar al mundo de nuevo;  emocionarte con un libro, con la magia de un cuadro,  con un crepúsculo, extasiarte con un amanecer; perderte por un dosel de árboles y frondas; oír el rumor de un río, de la lluvia serena sobre la tierra, vislumbrar el cabrillear de las olas en el mar; contemplar engalanarse al campo de flores y a los huertos de maduros frutos; avizorar recortarse, mudar de color y vestirse con nubes a las montañas; pasear sin premura, sintiéndote parte de una magnánima naturaleza, en la que nada falta ni sobra; soñar, en el sueño cierto que es nuestra vida, que otros universos nos esperan, que no todo tiene fin, que el de aquí no es el definitivo, sino sólo un peldaño, en una empinada escalera.
     Y mil cosas más de las que disfrutar sin necesidad de haciendas ni sedas te podría citar y que, creo,  el falso brillo de éstas últimas te las podrían ocultar.

martes, 3 de diciembre de 2013

CAMPANAS, MENUDAS Y GRANDES.



        Agitan la ciudad en una tarde de rosadas y mórbidas nubes, fugitivos, volatineros, pausados a veces, pero peregrinos, como somos todos en la vida, tandas de auras y sones, estos de distinto fragor y permanencia. Por unos momentos, los diluye, sin ahogarlos, el cristalino, de tiple sonoridad de la campana de una espadaña, o así ha de ser por por la insistencia de su íntimo y enloquecido volteo, con una nota distinta a cada subida, a cada descenso, por muy sutil, concentrada, sin escape, que sea. 
      Han perdido tantas cosas las ciudades en estos postreros tiempos, devoradas por la codicia de unos cuantos, a la caza a toda costa de fáciles riquezas, que, Zaide, debemos alegrarnos que, todavía, como hace siglos, a su modo, las campanas, menudas y grandes, broncas o melodiosas, sigan aspirando a ser la voz de la ciudad y al igual que antaño, que no cejen, y avisen, recuerden, pidan, canten y lloren, en nombre de todos los que habitamos aquéllas.

domingo, 1 de diciembre de 2013

EN POS DEL SOL Y SUS ARDORES


     Escasa logica guarda, en una mañana en que la escarcha se ha dejado ver impregnando tejados y suelos, ese sol meridional, que casi nos acalora en los espacios abiertos y cuya ausencia y merma en la sombra nos pone a tiritar.
      En pos de aquél y sus ardores, gente ociosa por la festividad, que mañana será obligada por la falta de trabajo, y mendigos, nativos y foráneos, para los que no hay días de fiesta,


que lastimosamente piden una ayuda,  se exponen sin mesura, con descaro, con fruición, a algo que no les cuesta dinero: a cuantos rayos de y calor les llega de un cielo generoso.
      Loemos, Zaide, a los cielos misericordiosos porque esa fábrica de rayos y consuelos que es el astro rey en días inclementes, aún no la gobiernen oligarquías y poderosos, como a otras fuentes de energía, porque de ser así, a precio de caro metal nos la harían pagar.