miércoles, 31 de julio de 2013

CUANDO NO ACUDE EL SUEÑO.



     Con velocidad inusitada, meteórica, transcurren los años, sin que seamos conscientes de esa celeridad, salvo cuando ya nos abruman tanto como para considerarnos viejos, en el pleno y noble sentido de la palabra, nunca peyorativo. Un cierto aviso de la edad que paseamos ya por el mundo, por muy notable que sea  el estado de nuestra salud, es que dormimos menos que solíamos, que el sueño tarda en acudir y pronto se retira, que parte de la noche la velamos con ojos abiertos, y, en fin que un cambio radical acaba de abrirse, para no cerrarse ya, en nuestros hábitos nocturnos.
        
    Sin embargo, creemos, que hay un aspecto desconocido en todo ese, llamémosle, trastorno circunstancial, que no es lo que parece, si se tiene el ánimo para recapacitar y no considerarlo una rémora, sino una segura compensación, que traduciríamos por a menos años de vida, más vida real que vivir, menos estéril modorra, más horas para pensar, leer, estudiar, escribir, que es lo que hacemos sin sentir nostalgia de otros tiempos, en lo que a ese estado de carencia se refiere.

 

domingo, 28 de julio de 2013

ADVENEDIZAS NUBES.



     Las nubes ahora, pecan de advenedizas,  suelen ser extrañas invitadas en los cielos de los veranos meridionales; sin tormentas ni otros fenómenos atmosféricos que los altere, a no ser el incandescente fuego que despiden. También en eso, en mantener una tozuda monotonía, porque no era así antaño, están cambiando los tiempos. El caso es que esas escuálidas vedijas, esas oblongas tiras que merodean por el firmamento hoy, sin formas ni volúmenes,  distan mucho de ser hermanas expertas de las de otras estaciones más pródigas en descaradas exhibiciones. Se dirían que ensayan para conseguir, con harta paciencia, trocarsse alguna vez verdaderas nubes, espléndidos y granados cirros o cúmulos; pero ese bosquejo es tan desmañado y fugaz, que ni dura mucho, ni presenta gran interés para llamar la atención de nadie. 

viernes, 26 de julio de 2013

MUERDE EL ESTÍO




     En estas últimas jornadas se ha hecho sentir el calor. Por suerte, hasta ahora, no con el furor e intensidad de otros años, ya que, aunque fluye a su aire, despiadadamente, en las horas de más luz, un frescor apaciguador es notorio al caer la noche y durante la madrugada. Se diría, sin levantar la voz en exceso, que hemos recuperado la atmósfera de los estíos de antaño, de hace décadas, cuando la ciudad y los pueblos de su entorno, tan montaraces todos, eran asilos para los veraneantes que huían del infierno de sus lugares de origen. 

     También, por otro nefasto motivo, hemos vuelto la mirada al pasado, cuando no había verano que no nos dejara un descarrilamiento de trenes, grande o pequeño. Con todo lo que de despropósito haya podido poner de su parte el hombre, que los modernos adelantos y estudios del trazado no hayan podido evitar el casi centenar de muertos del siniestro de Santiago de Compostela, si que es una pena más dentro de esa enorme tragedia.

domingo, 21 de julio de 2013

UNA PERFECCION ALTERADA




     P. es la perfección en persona, sin que los años o la obligada inactividad laboral hayan restado un ápice a su entusiasmo para que cada cosa, cada objeto en el hogar encuentre su sitio adecuado, y no otro, sin desviarse ni un milímetro de donde cree es su lugar natural, Un rimero de libros, por esa razón perfeccionista, nunca serán varios volúmenes apilados a la buena de Dios, sino uno solo que abarca a todos sin notarse, una unidad sin fisuras.
     En sus armarios y roperos, lleva desde siempre instalada la simetría más absoluta para que cajones, perchas, o espacios inadvertidos e insólitos, acojan con impoluta horizontalidad en unas o verticalidad en otras, lo que es un ejercicio magistral de sutil y alada disposición de prendas de vestir, atadas sin cadenas ni lazos, para que, sesgadas o inmaculadamente dobladas, floten o se adecuen a una superficie que es la justa, mostrando un orden casi férreo, militar, que se nos niega, desde luego, al resto de los componentes del hogar.
      Su exigencia, sin embargo, desde hace unas semanas ha sufrido un revés de imprevisibles consecuencias, si tenemos en cuenta que para seguir organizando ese estudiado desfile de ordenado tacto, sólo dispone de una mano, ya que la otra la amordaza una escayola de considerables dimensiones y volumen. Un drama personal, vamos, no por el daño en su miembro, que eso es lo de menos, sino por lo que no puede ejecutar con ella: miles de cosas a cada instante.

viernes, 19 de julio de 2013

RETIROS QUE SE AÑORAN




      El calor propio de las fechas, la falta de vacaciones, entendiendo por estas un cambio de aires, y la penosa situación política del país, nada nuevo por otro lado, invitan como eficaz y doméstica panacea, a recurrir a nuestra mente y buscar allí, en nuestro memorial archivo, recuerdos de escenarios que en alguna ocasión nos cautivaron; apartados retiros de paz y sosiego, islotes placenteros que con un poco de imaginación nos aguardan, como cuando allí estuvimos. 
       Para no alejarnos mucho, aunque dado el ejercicio, la distancia no cuenta, déjennos adentrarnos por esa arbórea superficie que se abre entre Cortes y la Estación de Gaucín, ese espléndido refugio natural que es su bosque de alcornoques. Sombra y silencio, por doquier, rumor de hojarasca, si acaso, y  de fuentes que manan gloria,  exuberante regalo para la vista, un monumento cada ejemplar, de una raza que no duda en despojarse de su piel, un año y otro, un siglo y el siguiente, para dar trabajo y sustento al hombre, su dueño y a veces su verdugo.


miércoles, 17 de julio de 2013

CRUZ DE LOS CAMINOS SIN CAMINOS




     Esta cruz de los caminos, este humilladero, vino a parar en donde terminan todos los caminos. Donde ya no existen más caminos, ya que sólo es el de la muerte la que por doquier impera. La muerte no como espera, sino como algo definitivo, cumplido el plazo, corto o largo de la espera.
      Da un poco de grima, en un lateral de cementerio, la vista de su piedra carcomida, que si una vez estuvo espléndidamente labrada, hoy pierden contorno, redondez sus brazos y relieve sus figuras. Recodando mejores días, de plegarias de viajeros, de soles, horizontes interminables y vida, aún se mantiene enhiesta, e inútilmente clama por un cuido, por mejorar su suerte y la de su piedra,  por el lugar que, no cabe duda, merece: un  templo, un claustro, otro camino que no sea este sin caminos, ni vida.  





domingo, 14 de julio de 2013

ALBORADA SIN RUIDOS




     Hasta una alborada sin ruidos (y ésta, apenas nacida, con un sol desdibujado, es de esa cualidad) los tiene; será porque nada es absoluto, ni siquiera el silencio de los silencios, que tampoco el que describo es que lo sea. Habida cuenta de la larga desaparición de los cantos de los gallos y de los grillos, que ya no pueden quebrar nada en las poblaciones  que se han comido con voracidad insatisfecha a casi todo el campo, y con ello a sus moradores tradicionales, es a veces, en las solitarias horas en que se despereza el día, semejante la atmósfera de fuera y dentro de la casa; ya que a ésta, férreamente cerrada, casi podríamos adjudicarle algo de ese eterno silencio, exterior e interior, que con frecuencia nos acompaña y otras, de mil formas, nos mata.
      Si abrimos el balcón y agudizamos el oído, suelen colarse en una calmada invasión, voces lejanas, entrecortadas, como un murmullo de olas sin fuerzas, de una incipiente pleamar, de trasnochadores que se van a dormir, pero con la euforia intacta de la bebida sin remitir en el cuerpo; pía como ensayando para mayores logros, un gorrión sin pareja;  una música tan débil que se diría subterránea, sale de algún insomne hogar. A provocar algo de más contundencia y volumen, se acerca navegando como en un libro de Julio Verne un globo, una explosión de colores en la monotonía del cielo mañanero. Antes de recular y perderse sin nada de prisa en el horizonte, suelta un bufido que no lo es y sí una nota de atención, como una llamada de un  despertador tan volatinero como el mismo globo, a la mañana, a la gente, que todavía duerme.

miércoles, 10 de julio de 2013

TARDE DE VERANO



      No con apretujones ni celeridad, asomó el verano, sino muy calladamente, tal como hablaba Manrique de la venida de la muerte; pero, desde luego, una vez instalados en sus augustos y ardorosos predios, con ganas de vapulearnos ya durante unas semanas que nos harán recordar épocas de intenso frío, aunque en aquéllas, penáramos por soles a raudales, como los que nos acompañan ahora. Así somos de volubles, caprichosos y antojadizos los humanos. ¡Qué le vamos a hacer! Y es que esta tarde caliginosa es una de esas malhadadas que nos hacen añorar el invierno, aun en sus jornadas de más rigor y azote. Inmovilidad en la atmósfera, una quietud angustiosa, que planea sobre viviendas y calles con la impunidad que da saber que ningún remedio es bueno para combatirla en el exterior y escasos en el interior cuando no sopla ni una brizna de aire, ni siquiera  el que transporta, como no, la flama de la que se impregna todo. Se han ido esta tarde a no sé donde los cantos de los pájaros y se nota su ausencia no sólo en la carencia de trinos, sino igualmente en la perenne tranquilidad de ese cercano y frondoso laurel en el que no hace tanto solían con abundancia cobijarse; o ese arbusto de adelfas todas cohibidas que parecen esconder sus flores adosándolas, como charcos de leche derramada, contra la blancura todavía sin mácula de la recién enjalbegada pared.  

viernes, 5 de julio de 2013

TAN FRÁGILES COMO HOJAS SECAS.



    Cuando no hay nubes tormentosas en nuestro horizonte personal, fluye el mundo tan evocador y sugestivo, que no ha lugar para dar cabida a la existencia de otros, menos lisonjeros, más angustiosos y penosos. Un desatino del que, con frecuencia, nos despierta el aldabonazo de una imprevista visita de madrugada, aunque bien pudiera ser a otra hora, a la urgencia de un hospital. Y si lo nuestro no es grave ahora, cuestión de mucha escayola y más paciencia, lo que va entrando por las puertas de la sala de espera, con toda premura y alarma en busca de remedio, mueve a compasión y da qué pensar: con toda la familia, sin faltar los niños, acuden camilleros para atender a una joven madre presa de convulsiones; otro, algo más mayor, espera ayuda para su pierna gotosa, tumefacta, que, además, sufre las molestas de una caída en el trabajo, un trabajo que ya tampoco tiene, porque lo despidieron hace dos años. Lo que teme es que al mover en casa a su hija, deficiente mental, puedan caerse ambos. En un rincón, dos adolescentes lloran sin consuelo porque su madre, ingresada dentro, no las ha reconocido cuando entraron a verla...

       De allí se sale abatido,  pensando tanto en algo que ya se sabe, pero que siempre se deja abandonado en la memoria: la fragilidad de nuestra existencia, como en que, para aviso de nuestros sentimientos dormidos y nuestro pobre orgullo,  no estaría de más alguna que otra visita, cuando sano, a los hospitales y sus urgencias.


miércoles, 3 de julio de 2013

CURAS SIN GASAS NI APÓSITOS.



      Estas monjitas de tocas grises, curan las heridas, no las de nuestros cuerpos con gasas, apósitos y bisturíes, que para ello necesitarían más conocimientos que los que poseen, sino las que el tiempo impone a los libros, a libros centenarios. Los que les he llevado durante unas décadas,  algún destrozo les había provocado el mal cuido de sus dueños; en otros eran los años los que habían impuesto el desgaste en sus hojas, tan frágiles y necesitadas de mimo como los huesos de cualquier humano en su molesta senectud; las manchas en ellos también se imponían con cierta similitud a la que en nuestra piel nos va provocando la vida, sin ningún motivo especial que no sea el de su inexorable avance.

      Las monjitas, a las que después de tanto tiempo tratándolas, no sabe uno si llamar madres o hermanas, (seguro que bien ejercerían de  ambas de tener familia a su cargo), han ido, como todas las cosas, a menos en su número. De aquéllas que se ocupaban para no depender de nadie, de bordar, remendar desgarraduras o quemaduras en prendas delicadas, una quincena al menos, sólo quedan tres o cuatro, llenas de achaques y hablar más apagado que nunca. Pulsamos el timbre para llamarlas, una, dos, tres veces. La vibrante punzada, se pierde en el interior de su clausura, muy lejos, donde imagina uno patios soleados y penumbras, rezos y cuchicheos por igual, y el tiempo detenido como en la misma torre, airosa y bien enjalbegada en su eterna vigilia sin horas, que se alza sobre el edificio.

        Cuando llegan con el libro, de nítida envoltura ahora, sin aliento por haber imprimido a sus viejos miembros cansados una aceleración para llegar antes, prorrumpe su portadora en inacabables excusas porque aquél no está todo lo bien que ella querría, como antes, cuando la mente y las manos le obedecían:  una letra torcida en la lomera, un número alterado, una inicial que no corresponde a tu nombre, que, en realidad, para uno que no les exige más de lo que pueden dar, no afecta al contenido, que es lo esencial.

lunes, 1 de julio de 2013

MEMORIAS QUE NO DEL TODO HUYEN


 

      Volubles somos por condición y nacimiento, y si no hace mucho penábamos porque huyera el tiempo esquivo de agua y cielos encapotados que nos envolvía agobiándonos,  y por una brizna de sol, con descaro inimaginable, a no mucho tardar, oraremos a lágrima tendida para que los rayos de ese astro, fuente de vida, se aleje un tanto de nosotros.

        La realidad es que hoy estrena reinado julio, y nunca mejor empleada la frase, ya que mucho debe su nombre a monarcas, y a no uno a cualquiera, como suelen ser los de la moderna era, sino a los de cuño clásico, que lo mismo ceñían la espada para defender posesiones y más que nada a sus vasallos, que la pluma para narrar con estilizada prosa la marcha de los días y de los acontecimientos que lo marcaban. Que el nombre de aquel César quedara en el calendario, signo es de que no todo acaba con la muerte, ya que, aunque no siempre, un atisbo de la persona, de lo que fue, se incrusta en algo con afán de perdurar: en un libro, en una estatua, en una calle, o, como en este caso, en un reloj del paso del tiempo, para contarnos de un tránsito por la vida, de un paso por ella que no pasó del todo.